¡José Antonio Velásquez ha muerto! (los banqueros y el otro gallo)

¡José Antonio Velásquez ha muerto! (los banqueros y el otro gallo)
Por Katia Lara

Estoy escuchando tu corazón apasionado José Antonio Velásquez, hermano, compañero, creador infinito. Me embriaga el sonido de las teclas de un instrumento musical, que tus dedos virtuosos ponen a bailar para llevarnos al lugar donde la justicia que soñamos es posible, a ese mundo tamarindo y mango donde nos acurrucamos como niñas para beber agua y seguir escuchando el decurso de la lucha.

¿Por qué la música que has creado no nos sirve ahora para aferrarte a esta vida, hermano del alma? ¡No queremos que te vayas!

Perder de forma abrupta a un ser querido, abre frente a nosotras un espantoso túnel cuya luz apunta directo a los culpables (porque sé que vos no lo decidiste, sé que vos querías seguir tocando el piano) ¡Te mataron! El dolor nos anula, incapaces de encontrar razones en la inefable penumbra subterránea. El corazón estrujado, los sentidos apelmazados, los ojos hinchados, sólo podemos abrazar la impotencia y la rabia frente a la contundencia de una muerte inmerecida.

Sin embargo, en estas honduras, las muertes por indignación, desnutrición, violencia doméstica, cansancio, vejez forzada, xenofobia, deudas, incomprensión, falta de atención médica adecuada, todas esas muertes ilegales, son responsabilidad de la dictadura financiera y su títere en el poder: Juan Orlando Hernández Alvarado, abogado de pacotilla, enajenado, perverso, obsceno, ex diputado, ex presidente, ex hondureño, vergüenza de los oriundos de Gracias, y de Lempira. ¡Vergüenza de Berta Cáceres!

No tendrá perdón banquero alguno y toda la banda criminal de empresarios y funcionarios cómplices, desde ese que ocupa ilegalmente la silla presidencial, hasta aquellos, hombres y mujeres que, como lúgubres personajes de tragicomedia, son incapaces de reconocer su complicidad con el silencioso genocidio del empobrecimiento que mata más que todas las guerras y los virus juntos, pues de hacerlo, ―según la teoría de la ironía trágica―, morirían ipso facto.

¡Nunca perdonaremos sus órdenes sicariales, su crimen en contra de los mejores hombres y mujeres de bien! ¡Ustedes, despojos humanos, jamás entenderán la música, ni gozarán del amor y de la libertad!...

“¡Son malditos, porque producen maldad!”, dijo alguna vez Berta. Sí, ustedes, los conspiradores, los vendepatria, los corruptos y corruptores, los hijos de mala madre. ¡Ustedes mataron a José Antonio, Jerónimo, Dani, Margarita Murillo, Berta Cáceres, Amanda Castro, Isis Obed, Manuel Flores, Ilse Ivania, Jeannette Kawas, Alfredo Landaverde, Kimberly Dayana, Emo Sadloo!…  ¡Ustedes mataron a Julio, Walter, Óscar Martínez, Gustavo Gonzáles, Joaquín Arnulfo, Vital Cornejo, David Romero, Saúl Mayorquín, a decenas de médicos, a Toño, a miles!…

¡A “Puchungo”, a Juana “La Loca”!... Y, como en un cuento tragicómico de ángeles caídos, sin baile, sin música, sin amor, con el único sonido del crujir de cuerpos y billetes en llamas, una voz ronca podría susurrarles al oído “Lástima que no experimentarán a tiempo la plenitud del arrepentimiento… Pues otro gallo les cantara”.